El amanecer del 9 de febrero de 1913 trajo consigo un aire enrarecido a la Ciudad de México. Las calles, aún cubiertas por la bruma de la madrugada, pronto se llenarían de disparos, traiciones y conspiraciones. Nadie imaginaba que, en solo diez días, el país perdería a su presidente, y con él, se abriría una de las páginas más sombrías de la Revolución Mexicana.

Pero detrás del fuego cruzado y la aparente lucha de facciones dentro del ejército, un hombre de traje y corbata, en la comodidad de la Embajada de Estados Unidos, dirigía los hilos de la traición. Su nombre: Henry Lane Wilson, el embajador estadounidense que se convertiría en el cerebro de la conspiración.

Un presidente rodeado de traidores
Desde su llegada al poder en 1911, Francisco I. Madero se convirtió en un estorbo para Estados Unidos. Su discurso de soberanía, su negativa a ser un títere de los intereses extranjeros y su férrea oposición a los grandes latifundios norteamericanos en México lo hicieron un blanco incómodo para Washington. Wilson, un diplomático con mentalidad imperialista y profundamente racista, veía en Madero a un presidente débil e ingenuo que debía ser eliminado.

La oportunidad llegó el 9 de febrero de 1913, cuando los generales Félix Díaz (sobrino del exdictador Porfirio Díaz) y Bernardo Reyes intentaron un golpe de Estado. La revuelta fracasó al inicio: Reyes fue asesinado frente a Palacio Nacional y Díaz tuvo que refugiarse en la Ciudadela. Pero lo que parecía un intento fallido se convirtió en el plan perfecto para la embajada estadounidense.
El Pacto de la Embajada: un golpe de Estado orquestado en Washington
Desde los primeros días de la rebelión, Henry Lane Wilson jugó un papel clave en desestabilizar el gobierno de Madero. Se negó a reconocer la autoridad presidencial y en su lugar mantuvo comunicación constante con los sublevados. No conforme con eso, impidió que Madero recibiera apoyo de otros países, enviando mensajes a las embajadas extranjeras para que no ofrecieran respaldo.

El punto culminante llegó el 18 de febrero, cuando Lane Wilson convocó una reunión secreta en la Embajada de Estados Unidos con los generales Victoriano Huerta y Félix Díaz. Allí, en una mesa rodeada de hombres que juraban lealtad a México, se firmó la traición definitiva: Huerta, jefe del ejército de Madero, se comprometió a arrestar al presidente y entregar el poder a Díaz.

Este acuerdo, conocido como el “Pacto de la Embajada”, fue el golpe final al gobierno de Madero. Bajo la protección de Estados Unidos, Huerta cambió de bando y en cuestión de horas arrestó al presidente y al vicepresidente José María Pino Suárez.
Un final sin honor: el asesinato de Madero y Pino Suárez
Los días siguientes fueron un teatro de mentiras. Se prometió un “exilio seguro” para Madero y Pino Suárez, pero en realidad sus sentencias de muerte ya estaban dictadas. El 22 de febrero, en la oscuridad de la noche, fueron sacados de la prisión de Lecumberri y subidos a un automóvil bajo el pretexto de trasladarlos a otro lugar.

El plan era simple: simular un intento de fuga. En un punto acordado, los soldados se bajaron del vehículo y, sin previo aviso, dispararon a quemarropa. Madero y Pino Suárez murieron sin juicio ni defensa. La versión oficial hablaba de un intento de escape, pero nadie en el país creyó aquella mentira.

En menos de dos semanas, México había sido traicionado desde dentro y desde fuera. Huerta se convirtió en presidente, pero el repudio nacional lo condenó desde el primer día. El embajador Henry Lane Wilson, satisfecho con su obra, regresó a Estados Unidos, donde fue tratado como un héroe en círculos conservadores.
Estados Unidos y su legado en las traiciones de México
La Decena Trágica no solo marcó la caída de un presidente, sino que dejó claro el papel que Estados Unidos jugaría en las traiciones políticas de México durante el siglo XX. Desde este golpe de Estado hasta el derrocamiento de gobiernos posteriores, la intervención norteamericana ha sido un factor constante en los momentos más oscuros de nuestra historia.

¿Podría Madero haber sobrevivido sin la traición de Huerta? ¿Se habría evitado su muerte sin la mano de Washington en el juego? Preguntas sin respuesta, pero con una certeza innegable: cuando México ha sido traicionado, muchas veces la sombra de Estados Unidos ha estado presente.
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